Clarke CON800 User Manual Page 48

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lucha. Ahí está el legado de Simone de Beauvoir: “La mujer no nace, se hace”. Pero Breillat también
es una heredera de Bataille, de manera que somete sus personajes femeninos a duras pruebas con
las que llegar a ser mujer. El caso es que su cine me resulta muy desconcertante pues suele estar
habitado por mujeres dispuestas a un servilismo voluntario al hombre. A través de la voluntad se
supone que se marca la diferencia de este servilismo, que constituye uno de los ritos de iniciación de
los personajes femeninos de Breillat. Para esta no se puede llegar a ser mujer sin dolor. De ahí, hasta
la violación sufrida puede ser una prueba para llegar a serlo: Una toma de conciencia de la violencia
del hombre que le ha dictado la manera en que debe ser mujer. Aun aceptando la carga simbólica
de esta ritualidad, repito que me resulta desconcertante e inquietante esta insistencia en el castigo
del cuerpo de la mujer como condición para construir otra feminidad al margen de la imagen, de la
función y de la representación de lo femenino tradicionalmente asignadas.
Sin embargo, en su representación ritualizada de la sexualidad, Catherine Breillat se distingue den-
tro del contexto de un cine francés que, en los últimos años, ha tendido mayormente a mostrar las
relaciones sexuales de manera átona, mecanizada, sin efusión y sin celebración de los cuerpos, aje-
nos a la “joie de vivre”. Así lo obserJean-Marie Samocky en un interesante artículo publicado en el
año 2004 en la revista Trafic (núm 33) que argumenta que, en la representación banalizada y mecá-
nica de lo sexual, las carnes que lo experimentan parecen tristes. El artículo (titulado La politique des
chairs tristes/La política de las carnes tristes) lo ejemplifica mediante una serie de películas, la mayoría
no estrenadas en España, como Le pornographe. Les amants criminels, Escenes de lit, Post-coitum, animal
triste, Ma mere la pute, e incluso Une liason pornografique. Lo que aún resulta más inquietante es que,
en ese contexto, los mayores esfuerzos de puesta en escena se concreten en escenas de violación que
caen en el golpe de efecto y el sensacionalismo. Y eso tanto vale para Fóllame, de Virginie Despentes i
Coralie Trinh Thi, como para Twentynine Palms, de Bruno Dumont, quién, por cierto, también ejem-
plifica otra triste tendencia consistente en reducir la sexualidad al puro instinto animal. Ahí están
La humanité y Flandes.
Se me antoja que, con Lady Chatterley, Pascale Ferran ha aportado un contrapunto, por no decir una
respuesta, a la reducción de la sexualidad a lo instintivo cargado de violencia y también a la repre-
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