Clarke CON800 User Manual Page 33

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rante la infancia (ojo, también puede ser entendida como un símil en abstracto de ese periodo vital).
Tras aquella primera secuencia que marca el tono del conjunto, entramos en el extraño universo de
Innocence, un orfanato siniestro, en claroscuro y cercado por un bosque en el que está terminante-
mente prohibido entrar. Por ese extraordinario escenario de película de miedo se mueven las niñas
de la residencia, todas vestidas igual. Bajo la tutela de una maestra coja (Hélène de Fougerolles) con
aires de villana clásica y de una profesora de baile eternamente triste (Marion Cotillard), las crías
estudian, saltan a la cuerda, nadan en un lago, se arreglan el pelo las unas a las otras y aprovechan
cualquier despiste de sus cuidadoras para intentar descubrir el mundo que representa el bosque y
que les está vetado.
Innocence no pierde nunca su capacidad de aturdir porque su autora juega todo el rato al juego de la
provocación (véase, por ejemplo, su controvertida forma de filmar a las niñas en secuencias como la
del lago). Pero es en los escarceos de las pequeñas con “lo prohibido” donde el filme se vuelve más
perverso y entra de lleno en lo fantástico. Dignos de David Lynch, los pasajes del teatro en el que las
niñas más mayores bailan para unos espectadores a los que no ven, a los que sólo intuyen y podrían
venir del otro lado del bosque, son tan bellos como aterradores. Lástima que el cierre de Innocence,
en el que asistimos a la entrada en la pubertad de varias alumnas, impida hablar de un filme redon-
do: en ese innecesario apéndice, la metáfora, tan bien armada hasta entonces, es demasiado obvia y
se opone al inquietante misterio y a la solemnidad del conjunto.
Marina de Van también juega a la metáfora en Dans ma peau, pero su película funciona mejor que
Innocence si dejamos a un lado sus significados ocultos. Colaboradora habitual de François Ozon, de
cuyas películas Bajo la arena (Sous le sable, 2000) y 8 mujeres (8 femmes, 2002) es coguionista, De Van
propone un filme que bascula entre el cine de terror y un cine socialmente comprometido, una
mezcla ya muy chocante de por sí. El arranque de Dans ma peau podría ser, por ejemplo, el de una
película de Laurent Cantet (El empleo del tiempo. L’emploi du temps, 2001). Su presentación de persona-
jes parece la de un filme de ambiente cotidiano, texturas realistas y cierta voluntad testimonial.
En las primeras secuencias, observamos a Esther, encarnada por la propia De Van, en varias facetas
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